El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Uno de los mayores descubrimientos que hacemos al ir al colegio tiene lugar cuando aprendemos que no somos entes compactos y únicos, sino el producto de la asociación organizada de decenas de billones de células pequeñísimas. Recuerdo que, tras aprender estas cosas, me pasé una buena temporada mirando mis manos y examinando mi imagen en el espejo en busca de mis componentes vivos más diminutos. No logré verlos pero, como hemos hecho todos, acabé aceptándolo como una verdad incuestionable. A pesar de todo, a veces, no puedo evitar cierta incomodidad al pensar que cada uno de mis movimientos, de mis logros y fracasos, incluso cada uno de mis pensamientos procede de la acción coordinada de un universo de seres pequeñísimos ¡fantástico!
Ahora que la sociedad humana sufre desequilibrios provocados por la ambición desmedida de algunos, quizás sea el momento de valorar el esfuerzo de coordinación y el espíritu de sacrificio de muchas de las células de nuestros propios cuerpos. Lo mismo que nosotros somos unidades vivas inmersas en la sociedad humana, cada célula es un ser vivo que se nutre, se relaciona, que ocupa un lugar en la sociedad, que se especializa en cometidos concretos, se reproduce y muere en la sociedad celular de nuestros cuerpos. La existencia de cada célula se desenvuelve en sincronización perfecta con el resto de la sociedad de células para que el conjunto no sufra desequilibrios que puedan amenazar su existencia. No obstante, a veces, como sucede en las sociedades humanas, el desequilibrio es inevitable y el cuerpo enferma o se comporta de forma extraña.
Una herida, por ejemplo, es una ruptura del equilibrio social provocada desde el exterior, ante ella el conjunto de la sociedad celular reacciona para minimizar los daños. Después de vencer los posibles agentes infecciosos que aprovechan la abertura para penetrar en el organismo, algunas células se dividen a marchas forzadas para taponar el hueco y regenerar la piel. Como las nuevas células necesitan alimentos y vías de suministros, se genera una nueva red de vasos sanguíneos que lleven el oxígeno y los nutrientes hasta ellas. El proceso de creación de nuevos vasos se denomina “angiogénesis”. Es un fenómeno natural que, de hecho, el organismo ha utilizado durante toda su etapa de desarrollo, desde que el embrión, multiplicándose de forma prodigiosa, fue creando un nuevo ser. Gracias a la angiogénesis cada célula, cada tejido y cada órgano se nutre de una red de vasos sanguíneos que le asegura la supervivencia.
Una sociedad bien organizada con billones de individuos exige la especialización de muchos de sus miembros para garantizar la cobertura de todas las necesidades, está obligada a hacer la correcta división de tareas y, una vez alcanzado el desarrollo óptimo, exige un estricto control de la natalidad. De no ser así, creceríamos sin límite y llegaría un momento en el que la gravedad, que no perdona los excesos de masa, nos pasaría factura. Así pues, aunque en el organismo adulto algunas células cuentan con los permisos pertinentes para reproducirse, la mayoría no. Si una célula decide saltarse a la torera la norma más elemental de control de natalidad, generará con el tiempo una enorme proliferación de células hijas que pueden descompensar al resto de la sociedad. Así nace un tumor, por culpa de células que, al igual que sucede con algunos miembros de la sociedad humana, sucumben a la ambición sin límites y crean desequilibrios que ponen en peligro a todo el tejido social.
El exceso de células que forman el tumor necesita vasos sanguíneos que les lleven oxígeno y nutrientes y la angiogénesis hace acto de presencia. Para que las células de una herida o de un tumor comiencen a generar vasos sanguíneos necesitan comunicarse entre sí, interpretar la información que les llega en forma de moléculas químicas y cambiar su forma de ser, es decir, activar unos genes y desactivar otros de manera que su comportamiento cambie para crear nuevos vasos. En este proceso de comunicación, recepción de la señal y activación genética juegan un papel esencial ciertas proteínas, una de las cuales, denominada DLK-1 se corresponde con un gen descubierto en 1992 por D. Jorge Laborda, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en el departamento de Química Inorgánica, Orgánica y Bioquímica de la Facultad de Medicina de Albacete de la UCLM, divulgador científico y autor del podcast Quilo de Ciencia.
El descubrimiento de un gen es sólo el comienzo de una larga historia, como nos demuestra hoy Jorge Laborda durante la entrevista. Tras la identificación del mismo se abre un camino de investigación inédito que se va ramificando, de forma impresionante, de acorde con la extraordinaria complejidad de la vida. Veinte años han transcurrido desde el descubrimiento del gen DLK-1 y ahora son muchos los científicos de todo el mundo que intentan dilucidar todos los procesos vitales en los que interviene. Más recientemente, en 2007, Jorge Laborda y su equipo de investigación del Laboratorio de Bioquímica y Biología Molecular de la UCLM descubrieron otro gen similar denominado DLK-2 cuyo cometido se está estudiando.
Les invito a escuchar a Jorge Laborda.
MÁS INFORMACIÓN.
Laboratorio de Biología del Crecimiento, la Diferenciación y la Activación Celular UCLM
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