El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Después de disfrutar de las hazañas conseguidas por un grupo reducido de mujeres y hombres en los Juegos Olímpicos, – y pongo a las mujeres en primer lugar a propósito, porque han sido ellas las que más medallas olímpicas han logrado para España – el que les habla, tiende a sentir orgullo de sí mismo como especie y sueña, inevitablemente, con destacar, aunque sea mentalmente, en alguna disciplina deportiva, por más que esté fuera de mi alcance, por razones obvias. Después de todo, nuestros cuerpos no dejan de ser máquinas biológicas que en nada se diferencian de las de aquellas y aquellos olímpicos, aunque, en mi caso, con una puesta a punto mucho más deficiente.
Como máquinas que son, al menos energéticamente hablando, nuestros cuerpos son capaces de almacenar energía y consumirla después. En el proceso se libera calor, como se calienta el motor de su vehículo cuando lo pone en marcha, y todos sabemos que el calor, cuando se produce en exceso, no es bueno para ninguna maquinaria, ya sea biológica o mecánica. Al hacer ejercicio, nuestro cuerpo quema energía y se calienta, pero se trata de una maquinaria muy sensible que tan sólo puede funcionar correctamente dentro de un margen muy estrecho de temperaturas. Si no gozásemos de un eficaz sistema de refrigeración, una carrera de pocos minutos a velocidad moderada elevaría la temperatura corporal por encima de los 40º C poniendo en peligro nuestra existencia.
Sin embargo, todos hemos visto cómo los atletas olímpicos hacen esfuerzos mucho más grandes y logran sobrevivir para recoger las medallas. El secreto está en la habilidad del cuerpo para expulsar el calor sobrante antes de que la temperatura se eleve hasta el punto de destruir las proteínas corporales convirtiéndolas en una masa blancuzca y poco flexible, como sucede a las proteínas de la clara al cocer un huevo. Para evitar tan poco recomendable transformación, cuando hacemos ejercicio, una parte de las reservas de agua que existen en el organismo es expulsada al exterior, en forma de sudor, a través de la piel.
Cuando el sudor entra en contacto con el ambiente exterior, una parte del agua se evapora y al evaporarse absorbe energía del propio cuerpo, refrigerándolo. La más leve brisa de viento arrastra el vapor y nuevas moléculas escapan de nuestra piel sudorosa llevándose consigo más calor generado durante el ejercicio. Ésa es la razón por la que agradecemos una corriente de aire “fresco” cuando el calor aprieta, no porque el aire esté realmente más frío ( en los momentos en los que escribo estas líneas, en la calle estamos a 43 ºC) sino porque el viento arrastra el vapor y favorece que más moléculas de agua líquida se conviertan en gas y absorban calor corporal. Habría que darle una medalla de oro al inventor del abanico y de plata al del ventilador.
Por supuesto la forma de enfrentarnos al exceso de calor corporal no es igual para todos, unos sudamos más que otros, los hay que tienen más peso y generan más calor que otros haciendo el mismo ejercicio, no todos eliminamos la misma cantidad de sales con el sudor, etc. Tampoco reaccionamos igual cuando hacemos ejercicio en un ambiente seco que en otro cargado de humedad, ni reaccionamos de la misma manera al hacer ejercicio en el recinto cerrado de un gimnasio, donde no sopla la más mísera brisa, que al aire libre con el viento acariciando nuestros sudorosos músculos. Si esto hace diferentes a los más comunes de los mortales, imagínense lo que debe ser el mundo de la alta competición, donde todos los parámetros corporales se mueven al límite. Estudiar esas variaciones y comprender lo que sucede al hacer ejercicio físico, tanto en los cuerpos de los atletas como en los de la gente común, es lo que investiga nuestro invitado de hoy en Hablando con Científicos.
Ricardo Mora Rodríguez es Catedrático en la Universidad de Castilla – La Mancha y Director del Laboratorio de Fisiología del Ejercicio de la Facultad de Ciencias del Deporte de Toledo. Sus trabajos abarcan una gran variedad de investigaciones: deshidratación y pérdida de sodio durante el ejercicio de atletas de élite, concentración de sodio en el sudor durante el ejercicio realizado tanto por personas entrenadas como por personas sin entrenamiento, termorregulación durante el ejercicio en condiciones ambientales calurosas, influencia de la cafeína en el rendimiento de los atletas, etc. Éstas son algunas de las investigaciones en las que ha participado y de ellas habla hoy en el programa.
Ricardo Mora comenta también otro tema muy interesante para los que, como yo, hacemos deporte esporádico y no aspiramos a medallas olímpicas pero que, al terminar, necesitamos beber para reponer líquidos. Todos sabemos que las bebidas deportivas se inventaron para ayudar a los atletas pero ¿es realmente necesario tomar una bebida especial tras un ejercicio moderado, sin las enormes exigencias del deporte de competición?
Les invito a escuchar a Ricardo Mora Rodríguez.
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