El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
El lugar fue famoso durante siglos, una fama potenciada por el interés de nobles y reyes aficionados a la caza. La prueba de ello es que la primera referencia conocida al lugar la escribe, en el año 1.325, el Infante Don Juan Manuel en su “Libro de la Caza”. En 1575, Felipe II dio orden de que “se guardase muy bien” el lugar, tanto por la belleza de los parajes como por la abundancia de presas, especialmente aves, cuya caza era una de las aficiones favoritas del monarca y su corte. Para los nobles de aquellos tiempos, la moda consistía en cazar utilizando el arte de la cetrería, es decir, mediante aves rapaces, halcones y azores principalmente. Sin embargo, ya por entonces existían rudimentarias armas de fuego capaces de disparar una carga de perdigones.
Los perdigones de plomo son bolas pequeñas de este metal que, disparadas en grupo por una escopeta, impactan en la presa provocando múltiples heridas. Los primeros perdigones eran fabricados artesanalmente hasta que en 1782 el británico Willian Watts, según dice la leyenda, soñó con una nueva forma de producir perdigones de plomo en cantidades industriales. El método consistía en dejar caer, desde gran altura, gotas de plomo fundido para que, al enfriarse durante la caída, adquirieran forma esférica. De aquellas fábricas quedan aún altas construcciones como la Torre de los Perdigones de Sevilla, de 45 metros de altura, construida en 1890.
Así pues, durante varios siglos, el plomo en forma de perdigones ha sido diseminados por los espacios naturales de todo el orbe, especialmente en lugares donde hay una gran abundancia de aves, como es el caso del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Aunque allí está prohibida la caza desde 1959, la historia de este humedal, ahora integrado dentro de la “Mancha Húmeda” y protegido como Reserva de la Biosfera y Zona de Especial Protección de Aves (ZEPA), estuvo ligada desde tiempos remotos a la afición por la caza.
Hoy, en las Tablas de Daimiel habita una multitud enorme de patos colorados, patos cuchara, garzas imperiales, garzas reales, garcetas, martinetes y otras muchas especies que encuentran refugio y descanso entre las grandes extensiones encharcadas por las aguas dulces del río Guadiana y las salobres del Gigüela. Allí, protegidas por un mosaico de islas pobladas de carrizo, juncos, bayuncos y castañuelas, las aves llegaron durante siglos por millares desde los lugares más alejados del planeta. Hasta 1959, fecha en la que se prohibió la caza, muchas de las aves eran abatidas bajo un lluvia de plomo. Una buena parte de ese plomo, en forma de perdigones, aun permanece en el fondo de las charcas y en los lugares cercanos a los antiguos puestos de caza.
Don Rafael Mateo Soria, Investigador del Grupo de Toxicología de Fauna Silvestre, Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos y Profesor titular de la Universidad de Castilla La Mancha ha llevado a cabo durante los últimos años diversos estudios sobre la toxicología del plomo y mercurio en organismos, especialmente en las aves de las Tablas de Daimiel. Las aves acostumbran a ingerir pequeñas piedrecitas que después almacenan en la molleja y las utilizan como una muela para deshacer las plantas que ingieren. Desgraciadamente para ellas, confunden a los perdigones con piedrecillas y no dudan en ingerirlos. Como consecuencia, los perdigones se van desgastando en la molleja y se inicia un proceso de envenenamiento que tiene efectos nefastos en su salud de los animales y, como es lógico, de las personas que las comen.
Le invito a escuchar la entrevista sobre “Ecotoxicología del perdigón de plomo” en este episodio de Hablando con Científicos.
Referencias:
El Parque de las Tablas de Daimiel
Parque Nacional de las Tablas de Diamiel
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