El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Los dinosaurios ya no son aquellos animales con piel de lagarto y aspecto terrible de los que sólo quedan huesos y dientes que nuestra imaginación se ha encargado de rellenar con gran éxito de público. Las investigaciones llevadas a cabo en los últimos años han cambiado la imagen por completo, ahora sabemos que muchos de ellos tenían el cuerpo cubierto de plumas, que empollaban sus huevos en nidos con amoroso cuidado y compartían, como muchas criaturas actuales, enfermedades y parásitos.
Esto lo sabemos gracias a las huellas dejadas en los sedimentos en los que quedaron enterrados los animales y, en unos pocos casos, por las propias plumas que quedaron atrapadas en ámbar. El ámbar es en realidad resina que exudan ciertos árboles al recibir una herida en su corteza. A medida que el árbol va liberando más resina, ciertos animales pequeños, plumas, pedazos de madera y otros cuerpos, quedan adheridos a ella y pueden ser totalmente cubiertos y encerrados en su interior, confinados en una especie de sarcófago natural. Después, con el tiempo, la resina fosiliza y se conserva en depósitos minerales que pueden ser descubiertos muchos millones de años después.
Nuestro invitado, Ricardo Pérez de la Fuente, nos presenta una pieza de ámbar, de casi 100 millones de años de antigüedad, que encierra en su interior un verdadero tesoro: una pluma de dinosaurio con una garrapata aferrada a ella.
Si, a los dinosaurios no sólo le sacaban la sangre los mosquitos, aunque esa posibilidad exista y nos la hayan vendido en películas de ficción como “Parque Jurásico”, los dinosaurios también tenían otros parásitos, entre ellos, las garrapatas.
Las garrapatas son una superfamilia de ácaros, están dotadas de un aparato chupador con el que extraen sangre a sus víctimas. Actualmente parasitan a perros, gatos y otros muchos animales, incluidos nosotros, si nos ponemos a su alcance.
Ahora tenemos la certeza de que también existían hace 100 millones de años y se alimentaban, como ahora, de la sangre de los animales que entonces dominaban la Tierra: los dinosaurios. La investigación de este y otros pedazos de ámbar, no menos interesantes, ha quedado plasmada en un artículo que se acaba de publicar en Nature Communications, firmado en primer lugar por Enrique Peñalver del Museo Geominero, Instituto Geológico y Minero de España, y por un equipo internacional de investigadores entre los cuales se encuentra Ricardo Pérez de la Fuente, actualmente investigador en el Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido.
Las muestras proceden de los yacimientos de ámbar del periodo Cretácico de Myanmar, la antigua Birmania, donde fueron extraídas, pulidas por vendedores locales y adquiridas por un coleccionista estadounidense que la ha donado para su estudio. La pieza más importante del conjunto, que se puede ver en la imagen de la derecha, contiene una pluma penácea, que, al igual que las plumas alargadas de las alas y cola de las aves actuales, se distribuye en un plano, a ambos lados de un eje central o raquis, con ramificaciones paralelas o barbas que se unen entre sí por una serie de pequeños ganchos que son los que les dan consistencia. En la pluma encerrada en el ámbar se descubrió posteriormente una garrapata con una pata enganchada a una de las barbas.
Una segunda pieza de ámbar muestra a dos garrapatas que han recibido el nombre de Deinocroton draculi. Estas tienen adheridas a sus cuerpos unos pelillos que han sido identificados como pertenecientes a larvas de un escarabajo derméstido, una familia de insectos cuyos parientes actuales suelen vivir en los nidos de las aves y mamíferos alimentándose de las plumas o pelos. Este descubrimiento ha llevado a los investigadores a proponer que ambos tipos de parásitos, garrapatas y escarabajos convivían en los nidos de los dinosaurios emplumados.
Una tercera garrapata fue atrapada en el ámbar después de haber succionado una gran cantidad de sangre por lo que su cuerpo estaba hinchado. Desgraciadamente, una parte del cuerpo no fue cubierto por el ámbar y el contenido interior quedó expuesto a los minerales del terreno. No obstante, debido al proceso de momificación que sufren los especímenes el quedar atrapados en ámbar, habría sido poco probable que se hubiera podido extraer muestras de material genético del huésped al que succionó la sangre.
Este estudio aporta información importante que nos permite conocer datos sobre el ambiente de los dinosaurios y su interacción con los parásitos.
Os invito a escuchar a Ricardo Pérez de la Fuente, investigador del Oxford University Museum of Natural History de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido.
Referencia:
Peñalver et al, Parasitised feathered dinosaurs as revealed by Cretaceous amber assemblages. NATURE COMMUNICATIONS | 8: 1924 | DOI: 10.1038/s41467-017-01550-z
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