El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Según la organización Mundial de la Salud, en 2017, que es el último año del que se tienen datos globales, 36,9 millones de personas convivían con el virus VIH, causante del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, el SIDA. Tan solo durante aquel año se habían producido 1.800.000 nuevos infectados y 940.000 personas murieron por causas derivadas de la enfermedad. Son datos impresionantes pero, lo que más Impresiona es que, después de tantos años de investigación, aún no se haya encontrado la cura definitiva.
En los últimos tiempos se ha avanzado mucho, hasta el punto de convertir el SIDA, que era una enfermedad mortal en muchos casos, en una enfermedad crónica que permite a los infectados que tienen la suerte de contar con los medicamentos adecuados, sobrevivir con una calidad de vida aceptable. Desgraciadamente, una gran parte de las personas infectadas por el VIH aun no tienen acceso a los medicamentos, un porcentaje que la OMS estima en el 47%, lo que indica lo lejos que estamos de controlar la enfermedad.
Nuestro invitado hoy en Hablando con Científicos es Jorge Laborda, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Castilla-La Mancha y colaborador de CienciaEs. Jorge nos invita a reflexionar sobre varios aspectos relacionados con el SIDA. A lo largo de la entrevista cuenta cómo el virus VIH escapa a los controles del sistema inmune, infecta a las propias células encargadas de la defensa de nuestro organismo y las destruye. Después de un periodo de latencia, que puede llegar a ser hasta de 20 años, la infección provoca en el paciente una pérdida de defensas muy importante. El número de linfocitos va disminuyendo de tal forma que, si llega a sobrepasar límites tolerables, facilita la entrada de otros microorganismos patógenos que ponen en riesgo la vida de la persona infectada. Así, la mayoría de los afectados mueren por distintas infecciones o tumores, las llamadas enfermedades oportunistas, que en condiciones normales son combatidas por nuestro sistema inmune.
Una vez planteadas las bases que nos permiten comprender cómo se desarrolla la infección del virus VIH y la enfermedad provocada por él, Jorge Laborda da un paso más y plantea el problema desde un punto de vista muy interesante: La evolución.
“El virus del SIDA evoluciona en tiempo real” – dice Laborda. Una demostración más de lo acertadas que fueron las ideas de Darwin. El VIH es un virus cuyo genoma está hecho de ARN. Una vez que infecta a una célula humana, gracias a una proteína llamada transcriptasa inversa, transcribe su ARN a ADN y lo incorpora al genoma de la célula infectada. A partir de ese momento, es la propia maquinaria celular la que fabrica el ARN y las proteínas que formarán nuevos virus.
Los fármacos que se utilizan en los tratamientos del SIDA actúan de varias formas para controlar la infección. Una de ellas consiste en bloquear la transcriptasa inversa e impedir así la transcripción del ARN en ADN, un paso esencial para que el virus pueda reproducirse. Otro tipo de fármacos utilizan una estrategia que impide que el virus se una a la superficie de las células, cerrándole la entrada.
El problema que impide la desaparición total del virus en un paciente, y por lo tanto la curación absoluta, es que el VIH tiene una alta tasa de mutación. A medida que se reproduce, se va acumulando cambios al azar en su genoma y, como consecuencia, varía la fórmula de las proteínas del virus. Esos cambios hacen que algunos virus mutados ya no sean sensibles a los fármacos, se hacen resistentes. Así es como, aunque la mayoría de virus hayan desaparecido y el paciente haya mejorado, una población de virus resistentes logra sobrevivir a las terapias. Una ventaja para el paciente es que el virus resistente en menos virulento que el inicial y por lo tanto la intensidad de la enfermedad disminuye.
Jorge explica que un paciente infectado con virus resistentes puede transmitir la enfermedad a otra persona pero, debido al proceso evolutivo en el que el virus está inmerso, los cambios continuan. Al estar el virus en un ambiente nuevo y sin tratamientos antivirales, porque la persona ni siquiera sabe que está infectada, el virus evoluciona de nuevo a la inversa hacia cepas que son menos resistentes pero más virulentas.
Os invito a escuchar los detalles en las explicaciones de Jorge Laborda, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Castilla-La Mancha, y colaborador de CienciaEs en los podcasts Quilo de Ciencia, Ciencia Fresca o Vanguardia de la Ciencia.
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