El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
El 26 de diciembre de 2004, en el fondo del océano Índico, cerca de la Isla de Sumatra, la tierra tembló con una violencia inusitada. El origen del movimiento sísmico se produjo a lo largo de una línea de más de 1.300 kilómetros, donde la placa tectónica Indo-australiana se sumerge bajo la placa Euroasiática. La repentina liberación de energía elevó el fondo marino hasta dos metros y desplazó verticalmente la enorme masa de agua situada encima. La perturbación produjo una ola que, al llegar a la costa de Sumatra, alcanzó en algunos lugares los 50 metros de altura. Este fue el golpe más dramático, pero las ondas generadas surcaron el océano en todas las direcciones sembrando la destrucción en Sri Lanka, India y en las costas africanas. A medida que las enormes olas llegaban a la costa, el agua penetraba tierra adentro arrastrando a su paso todo lo que encontraba en su camino. Se calcula que 280.000 personas perecieron aquel día.
El relato que acabo de hacer es solamente la muestra más dramática de lo que sucede como consecuencia de un tsunami. “Tsunami” es una palabra japonesa que significa “ola de puerto”, dice Juan Vicente Cantavella, sismólogo, investigador del Instituto Geográfico Nacional e invitado en Hablando con Científicos. Juan Vicente cuenta que, aunque la causa principal de los tsunamis son los terremotos, también pueden ser producidos por grandes deslizamientos de tierra en zonas de pendiente elevada, junto al océano, por la caída de un gran meteorito o, incluso, por cambios de presión atmosférica en situaciones extremas.
Juan Vicente Cantavella explica que la ola del tsunami, cuando se encuentra en altamar, no es peligrosa en absoluto. Sobre las aguas profundas del océano, la ola tiene una elevación pequeña pero una extensión que puede llegar a ser de centenares de kilómetros. Cualquier barco que navegue sobre ella ni siquiera nota su presencia. Su movimiento es rápido, la velocidad supera los 700 kilómetros por hora, pero a medida que se acerca a tierra, se transforma. El avance de la ola depende de la profundidad del agua en cada lugar, si la profundidad disminuye la ola se frena. Así, cuando el frente de la ola de llega a las aguas menos profundas cercanas a una costa, va perdiendo velocidad, la parte más alejada, en cambio, como todavía se mueve sobre aguas más profundas, sigue avanzando. Así, el agua más alejada alcanza a la más cercana a la costa y la ola decrece en anchura, pero se eleva en altura. Cuando por fin alcanza la costa, una inmensa columna de agua de decenas de metros de altura penetra en tierra y arrastra todo lo que encuentra a su paso. Si la orografía de la costa es suave, el tsunami puede recorrer varios kilómetros tierra adentro antes de detenerse.
Al lanzar una piedra a un estanque podemos observar una serie de ondulaciones sobre la superficie del agua, con crestas y valles que se van extendiendo y reflejándose en los obstáculos que encuentra en su camino. Las ondas producidas por un maremoto tienen un comportamiento similar, no se produce una única ola sino un frente de ellas. Cuando la primera de esas olas alcanza la orilla puede hacerlo en cresta o en valle. Si llega primero el valle, las personas que se encuentren en la playa verán que el mar se retira poco a poco, pero de forma inexorable, como sucede durante las mareas, incluso verán peces fuera del agua sorprendidos por el repentino descenso de las aguas. “Ese es el momento en el que hay que comenzar a correr en busca de lugares elevados o edificios robustos” – dice Juan Vicente Cantavella. La cresta de la gran ola del tsunami llegará minutos después. Sin embargo, si lo primero que llega es la cresta de la ola, no hay aviso previo, el desastre cogerá desprevenido a todo el mundo. Tras la primera ola suele haber más, que pueden llegar horas más tarde, en algunas ocasiones incluso más grandes y destructivas que la primera, debido a las distintas reflexiones que se producen a lo largo de costa.
Conocer cómo funcionan los tsunamis y los factores que influyen en su propagación son fundamentales para elaborar sistemas de alerta que permitan avisar a la población con tiempo suficiente para protegerse. Ese es uno de los cometidos de la Red Sísmica Nacional en la que trabaja Juan Vicente Cantavella. La red sísmica intenta monitorizar y conocer en cada momento los movimientos sísmicos que tienen lugar y para ello dispone de multitud de sismómetros, repartidos por todo el territorio y en otros países. Gracias a ellos se puede determinar el origen, la magnitud, la componente horizontal o vertical de cada terremoto. Dado que la transmisión de las ondas sísmicas es mucho más rápida que las olas de un tsunami, cuando estos movimientos sísmicos tienen su origen en el fondo marino, la determinación del lugar de origen, la magnitud y el desplazamiento pueden permitir la generación de una señal de alarma que posibilite alertar a la población, antes de que llegue el tsunami.
El problema es que todo ese cálculo debe hacerse durante los primeros cinco minutos tras el movimiento sísmico, ya que el tsunami puede llegar apenas media hora más tarde, por esa razón, los avisos deben hacerse rápidamente, aunque no se tenga aún información suficiente como para determinar con exactitud la peligrosidad del evento. Los datos sobre la orografía del fondo marino, los sismógrafos, los modelos que se utilizan para prevenir las catástrofes van mejorando sus resultados y propiciando alertas más tempranas. Pero todo este trabajo de prevención solo tiene el fruto requerido si colaboran muchos estamentos de la sociedad. La elaboración de programas de protección, la educación de la población costera con simulacros de emergencia, los medios y sistemas de aviso adecuado que permitan el aviso rápidamente son fundamentales para proteger a las personas y evitar desgracias como la sucedida durante el tsunami de 2004.
Os invito a escuchar a Juan Vicente Cantavella, sismólogo e investigador en la Red Sísmica Nacional del Instituto Geográfico Nacional, una institución que este año cumple ahora su 150 aniversario.
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