El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
El paciente (A.B.) era doctor en psicología, estaba casado y tenía siete hijos cuando, a la edad de 39 años, sufrió un infarto agudo de miocardio. Como consecuencia del accidente cardiovascular, su cerebro sufrió una falta de oxígeno que le mantuvo varios días en estado de coma. Al despertar sufrió una serie de crisis epilépticas continuadas y muy fuertes que fueron tratadas farmacológicamente. Finalmente, (A.B.) se recuperó, pero su cerebro quedó dañado para siempre. Poco a poco, los médicos que lo atendían fueron descubriendo las secuelas que le habían quedado. El paciente A.B. conservaba su facultades intelectuales, pero era incapaz de fijar nuevos recuerdos (amnesia anterógrada), cada día comenzaba de nuevo para él y no recordaba nada de lo sucedido el día anterior. Los médicos tenían que volver a presentarse y explicarle lo sucedido. Un comienzo que se repitió, día tras día, hasta su muerte, 24 años después. Tampoco podía recordar lo sucedido en su vida durante los cinco años anteriores al accidente, esos recuerdos también quedaron vedados para él.
Cuando (A.B.) murió, donó su cerebro a la ciencia y un equipo de investigadores, entre los que se encuentra nuestro invitado en Hablando con Científicos, Ricardo Insausti Serrano, Catedrático de Anatomía en la UCLM, estudió las lesiones que se habían producido tras el infarto y las crisis epilépticas anteriores. Los hallazgos de ese estudio han quedado descritos en un artículo recientemente publicado en la revista PNAS.
El caso del paciente A.B. es extraordinario, pero no es el único. Antes que él hubo otro caso muy conocido, el paciente (H.M.), que sufrió también pérdida de memoria anterógrada como consecuencia de la extirpación de determinadas regiones de su cerebro, realizadas para controlar ataques epilépticos recurrentes que no respondían a los tratamientos con fármacos. Otros muchos pacientes, aquejados de enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer, presentan lesiones cerebrales que se traducen en alteraciones cognitivas y de memoria. Todas esas experiencias, unidas a los experimentos con animales de laboratorio han permitido ir diseñando un mapa cerebral que asigna distintos aspectos de la memoria a diferentes regiones cerebrales, aunque, como comenta Ricardo Insausti durante la entrevista, aún no se conoce con exactitud cómo se reparten los recuerdos en el cerebro. Si se conocen algunas piezas del cerebro son imprescindibles para ciertas actividades de la memoria.
Una de esas piezas imprescindibles es una región del cerebro conocida con el nombre de hipocampo. Se trata de una pequeña región, de 6 o 7 cm de tamaño que, por su forma, recuerda a la de un caballito de mar (Hippocampus hippocampus), de ahí su nombre, aunque también, por su parecido a un cuerno de carnero, ha recibido otros nombres como el de “asta de Amón”.
El hipocampo es una especie de puerta de entrada de los recuerdos al cerebro: Las sensaciones que componen una situación, que va a ser almacenada en forma de recuerdo, contiene una gran cantidad de información procedente de los sentidos y llegan al hipocampo donde son procesadas y distribuidas a distintas zonas cerebrales. “No existe un centro de la memoria” – dice Insausti – “hay algunos elementos que son imprescindibles, uno de ellos es el hipocampo, pero la memoria se almacena en conjuntos de sistemas formados por conexiones o redes neuronales que almacenan componentes distribuidos de ese recuerdo”.
Un recuerdo tiene distintos aspectos, uno de ellos es, por ejemplo, el contexto, que contiene información sobre la luz, la situación espacial de un edificio o de unas personas, olores o temperatura que hacía en ese momento, etc. Todos esos aspectos se almacenan y en algún momento se recuperan para generar nuestra consciencia de un recuerdo. Así se crea la llamada memoria autobiográfica, que es la que podemos relatar y contar. Existen otros tipos de memoria, como la “procedimental” que se basan en hábitos como andar o montar en bicicleta que, una vez adquiridos, ya no necesitan ser recuperados de forma consciente, se convierten en actos reflejos.
Cómo se distribuyen las distintas sensaciones que componen un recuerdo es materia de estudio y el conjunto es distribuido de almacenamiento en el cerebro requiere de unos procesos que aún son desconocidos en su mayor parte. Pacientes como (A.B.) y (H.M.) han permitido determinar la importancia del hipocampo, porque su deterioro impide el flujo de información de los recuerdos hacia sus puntos de destino y por esa razón se pierden. La persona es incapaz de fijarlos y vive anclada en el tiempo. En el caso del paciente (A.B.) las lesiones afectaron a otras regiones del cerebro que facilitan procesos relacionados tanto con la fijación como con la recuperación de los recuerdos, La pérdida de memoria de los cinco años de vida anteriores el infarto no indica tanto la pérdida de esos recuerdos almacenados sino su capacidad para traerlos a la mente.
Os invito a escuchar a Ricardo Insausti, un magnífico guía que, a lo largo del este programa de Hablando con Científicos, nos enseña los entresijos de la memoria humana y los retos a los que se enfrentan los investigadores que, como él, dedican su vida a estudiar los complejos mecanismos que gobiernan el funcionamiento de nuestro cerebro.
Ricardo Insausti es Investigador en el Laboratorio de neuroanatomía humana del Centro Regional de Investigaciones Biomédicas y catedrático de Anatomía en la Universidad de Castilla La Mancha.
Referencia:
Neuropsychological and neuropathological observations of a long-studied case of memory impairment. Larry R. Squire, Soyun Kim, Jennifer C. Frascino, Jacopo Annese, Jeffrey Bennett, Ricardo Insausti, David G. Amaral
Proceedings of the National Academy of Sciences November 2020, 202018960
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