El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Al sureste de España, en el litoral de la Región de Murcia, existe una laguna salada o albufera que, por su extensión, recibe el nombre de Mar Menor. Tiene forma casi triangular y está separada del Mar Mediterráneo por una estrecha franja de terreno de más de una veintena de kilómetros de longitud, conocida como La Manga del Mar Menor. Antaño, la albufera era un lugar paradisíaco con aguas cristalinas donde convivían multitud de especies adaptadas a las especiales condiciones de temperatura y salinidad de sus aguas poco profundas. La Manga, que la separa del Mediterráneo, está cortada por unos pocos canales que permiten el paso del agua entre la laguna y el mar. Ese intercambio de aguas es lento y, como consecuencia, dada la poca profundidad, se producen diferencias notables de temperatura entre el Mar Menor y el Mediterráneo. La concentración de sal es más elevada en la laguna y eso, unido a las diferencias de temperatura de las aguas, generaba un ambiente ideal para las especies autóctonas, adaptadas a ese medio, frente a las foráneas que, aunque pudieran cruzar del mar a la laguna por los canales, no encontraban las condiciones adecuadas para su desarrollo.
Aquellas condiciones han cambiado radicalmente durante el último siglo por culpa de la actividad humana, comenta hoy Marina Albentosa Verdú, nuestra invitada en Hablando con Científicos. Los problemas actuales en el Mar Menor tienen tres fuentes principales. Por un lado, existe una pequeña contaminación por metales pesados debidos a la actividad minera que se desarrolló en la zona hasta mediados del siglo pasado. Desde los años 70, gracias a las aportaciones de agua del trasvase Tajo-Segura, se produjo un desarrollo de la agricultura intensiva en el campo cercano que comenzó a aportar excedentes de las aguas de regadío cargadas de nitratos en las aguas del Mar Menor. Por último, la zona ribereña y especialmente la Manga del Mar Menor ha sufrido una verdadera explosión de infraestructuras de uso turístico, donde antes había dunas de arena y vegetación ahora abundan los hoteles, apartamentos y un puerto deportivo, que también contribuyen también a la contaminación de las aguas. A estas causas hay que añadir la modificación, en los años 70, de uno de los canales que comunica la laguna con el mar para crear un puerto deportivo. El dragado del canal favoreció el intercambio de aguas y tuvo como consecuencia la bajada de la salinidad, un descenso que permitió la entrada de especies invasoras.
Todos los cambios inducidos por la actividad humana durante el último siglo tiene como consecuencia un exceso de nutrientes que favorece un desarrollo extraordinario de microalgas. En momento especiales en los que las condiciones climáticas lo favorecen, tiene lugar una explosión de fitoplancton de consecuencias dramáticas para la ecología del Mar Menor. En otoño de 2019, el aumento de microalgas fue tal, que las aguas del Mar Menor se convirtieron en una especie de “sopa verde” que impedía la llegada de la luz solar al fondo. Las consecuencias no tardaron en ser visibles, toneladas de peces muertos fueron acumulándose en las orillas y la zona perdió su atractivo para los que hasta ese momento disfrutaban del entorno. El fenómeno volvió a producirse tan sólo dos años después, durante el verano de 2021, y todo hace pensar que, dadas las condiciones de aumento de temperaturas debidas al cambio climático, el futuro no es muy halagüeño.
Desgraciadamente, el Mar Menor no es el único caso en el que se han dado estos cambios dramáticos, otras lagunas costeras o albuferas repartidas por la costas de otros mares y océanos se enfrentan a problemas similares.
¿Existe alguna forma de solucionar la situación? Marina Albentosa Verdú dice que sí y propone una serie de actuaciones encaminadas a la “remediación” del ecosistema del Mar Menor. “Son necesarias – dice Marina – soluciones grises, es decir, soluciones de ingeniería, y soluciones verdes y, lo más importante, la colaboración, el entendimiento y el trabajo coordinado”.
Que es posible la recuperación lo demuestra el hecho de que ya se ha conseguido en otros entornos, como la bahía de Tampa en Florida, en Estados Unidos. Allí se ha logrado la recuperación del entorno que tenía problemas similares hace una treintena de años.
Marina Albentosa, junto a un grupo de científicos de diversas instituciones españolas y extranjeras, forma parte de la Iniciativa para la recuperación de las poblaciones de ostras del Mar Menor. Las ostras son bivalvos, es decir, moluscos de dos valvas que se alimentan del fitoplancton que abunda en las aguas como consecuencia del exceso de nutrientes. Todos los bivalvos son organismos filtradores – dice Marina – bombean agua a través de sus branquias donde capturan las microalgas y se alimentan de ellas. Cada ostra puede llegar a filtrar entre tres y seis litros cada hora. Así pues, la aportación de ostras a las aguas favorece el consumo de las microalgas, las cuales son convertidas en los tejidos de las propias ostras durante su crecimiento. Los excrementos de las ostras sufren posteriormente un proceso de desnitrificación por bacterias que liberan el nitrógeno a la atmósfera. Así, favorecer las poblaciones de ostras, no solamente se controla la proliferación excesiva de microalgas, sino que se favorece la eliminación de los aportes nitrogenados procedentes de la aguas cargadas de nitratos de los que se alimentan.
De estas cosas y muchas más habla en este podcast Marina Albentosa Verdú, Profesora de Investigación en Centro Oceanográfico de Murcia del Instituto Español de Oceanografía que pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Os invito a escucharla.
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