El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Escuchar a Francisco Navarro, glaciólogo y catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid es una verdadera delicia. No en vano, ha pasado una parte considerable de su vida investigando sobre las distintas superficies heladas del planeta. Su primera experiencia fue en la Estación Polar Estadounidense Amundsen-Scott, situada en el Polo Sur geográfico, y desde entonces ha participado en una decena de ocasiones en compañas en la Antártida y otras siete en el Ártico repartidas entre Svalbard, un archipiélago noruego situado en el océano Glacial Ártico, y Groenlandia. Como él mismo dice durante la entrevista, en conjunto, ha pasado más de dos años de su vida viviendo en las regiones heladas más remotas de nuestro planeta.
Un glaciar –dice Francisco Navarro – es una masa de hielo que se forma acumulación y compactación de la nieve que cae sobre un lugar, año a año, cuando la cantidad que precipita es superior a la que se va fundiendo. Así se va acumulando un volumen helado en el que se pueden distinguir tres capas: la más superficial está formada por las precipitaciones de nieve más recientes; por debajo de ésta se encuentra una capa de neviza, más compacta, formada por la nieve que ha pasado más de un verano si haberse fundido, aunque aún conserva una cantidad de aire formando burbujas interconectadas entre sí, y debajo de la neviza se encuentra el hielo, más denso, donde las burbujas de aire atrapadas están aisladas unas de otras, algo que posibilita recuperar y analizar la composición de la atmósfera en tiempos pasados.
Las masas heladas del planeta se reparten en dos grandes categorías: Los “mantos de hielo” y los glaciares. Los mantos de hielo son enormes extensiones de nieve y hielo que tienen espesores de miles de metros y están acumuladas en dos regiones: la Antártida y Groenlandia. La segunda categoría está formada por los glaciares de montaña y los pequeños casquetes de hielo, aunque, como comenta Francisco Navarro, esos pequeños casquetes de hielo pueden tener una superficie tan grande como la isla de Mallorca, y un espesor de unos cientos de metros, no obstante, muy pequeños comparados con los 14 millones de kilómetros cuadrados y casi 3 kilómetros de espesor que tiene la Antártida o los 1,8 millones de kilómetros cuadrados que ocupa la capa helada de Groenlandia.
Los glaciares son masas heladas que fluyen lentamente desde las regiones más altas y pueden acabar en tierra firme, donde el hielo se derrite y forma una corriente de agua, o en el mar, desprendiendo su capa helada en forma de icebergs. Existen más de 200.000 glaciares en todo el planeta. Para los glaciólogos la corriente de hielo y nieve que forma un glaciar es un fluido altamente viscoso que se deforma por efecto de la gravedad.
Existen muchos factores que pueden influir en la evolución de un glaciar: la geometría de la superficie, las características de su lecho, la inclinación del terreno, la existencia o no de agua líquida en el fondo, la temperatura, etc. La temperatura es un factor determinante en el comportamiento de un glaciar porque cuando la temperatura es mayor, la viscosidad disminuye y le velocidad de la corriente de hielo se acelera. Otra consecuencia de la elevación de temperatura es el aumento de la fusión del hielo, el agua líquida generada por la fusión puede percolar hasta el lecho de glaciar y favorecer el deslizamiento hacia cotas más bajas. Pero cada glaciar tiene un tiempo de respuesta distinto ante el aumento de temperatura en superficie, una elevación de uno o dos grados en la temperatura superficial puede provocar cambios que en unos casos tienen su reflejo de forma inmediata y en otros pueden producirse con años de retraso.
Para el estudio de los glaciares se utilizan técnicas de georradar, un dispositivo que emite señales de radar desde la superficie del glaciar hacia el fondo y capta el eco reflejado cuando esas ondas electromagnéticas chocan con el lecho del glaciar y los cambios que tienen lugar en la señal cuando ésta atraviesa capas de distinta densidad, como neviza o agua líquida. Otra forma de estudio de los glaciares se realiza con ondas sísmicas generadas artificialmente, porque la transmisión de esas ondas de presión está afectada por las distintas características de las capas que atraviesan. Estos datos se complementan con medidas desde satélite que miden constantemente la altura de la superficie del glaciar con un radar de apertura sintética. Estas observaciones permiten detectar los cambios en la cantidad de nieve acumulada. Por último, los datos recogidos por los distintos medios se utilizan para ajustar modelos teóricos que simulan el comportamiento de los glaciares.
De estas y muchas otras cosas habla hoy Francisco Navarro, glaciólogo, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid en el Departamento de Matemática Aplicada a las TIC de la ETSI de Telecomunicación donde dirige el Grupo de Simulación Numérica en Ciencias e Ingeniería. Francisco ha participado en los proyectos internacionales GLACIODYN y KINNVIKA, del Año Polar Internacional, y el proyecto SvalGlac, del programa PolarCLIMATE de la European Science Foundation. Fue Jefe de la Base Antártica Española Juan Carlos I durante la segunda fase de la campaña antártica 2006-2007. Desde diciembre de 2017 hasta noviembre de 2021 fue Presidente de la International Glaciological Society y ha sido condecorado con la Medalla de Servicios Antárticos de los Estados Unidos de América.
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