El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Hemos oído hablar mucho de los dinosaurios; de algunos de ellos conocemos su forma, su tamaño o sus hábitats, incluso los hemos visto recreados en películas como ‘Parque Jurásico’. Sin embargo, raramente se nos presentan estos animales prehistóricos como criaturas ponedoras de huevos, unos huevos que algunas especies incubaban y protegían con dedicación paternal. La mayoría de los restos fosilizados de huevos que han llegado hasta nuestros días son fragmentos de cáscaras dejadas atrás después de la eclosión de las crías, pero también se han descubierto huevos completos que no llegaron a eclosionar, algunos agrupados en nidos, que, en casos extraordinarios, pueden contener embriones en su interior. ¿Cómo son estos huevos? ¿Qué forma y tamaño tienen? ¿A qué especies pertenecieron? ¿Qué nos revelan sobre los hábitos reproductivos de las criaturas que los depositaron?
Miguel Moreno Azanza, investigador del Grupo Aragosaurus: Recursos Geológicos y Paleoambientes de la Universidad de Zaragoza es un verdadero experto en huevos de dinosaurio. Como él mismo explica durante la entrevista que hoy os invito a escuchar en ‘Hablando con Científicos’, ha recorrido medio mundo buscando y estudiando restos fósiles de huevos de dinosaurio. Pero, lo que nunca pudo sospechar es que al final de su recorrido encontraría uno de los mejores yacimientos junto al pueblo que le vio nacer: Loarre en la provincia de Huesca.
La historia tiene su inicio en 2019, cuando Miguel recibió el correo del geólogo José Manuel Gasca, diciendo que durante una carrera de montaña había descubierto huevos de dinosaurio en Loarre. Este descubrimiento, compuesto por más de 100 huevos de dinosaurio datados de hace 70 millones de años, supuso un hito significativo no solo para la comunidad científica sino también para la localidad de Loarre. Durante la primera campaña de excavación se recuperaron unos siete nidos incluyendo uno que pesaba casi dos toneladas.
El hallazgo planteó retos importantes debido a la limitación de recursos y tiempo para su adecuada excavación y estudio. Como comenta Miguel Moreno durante la entrevista, existe una distancia temporal, a veces de una década, entre el descubrimiento y la puesta en valor de un yacimiento paleontológico en su lugar de origen. Esa ‘brecha de estudio’ es demasiado larga para las personas que viven en localidades pequeñas y amenazadas por la despoblación, como Loarre.
En respuesta a estos desafíos, se gestó la idea del Laboratorio Paleontológico de Loarre, una iniciativa pionera que fusiona un museo con un laboratorio accesible al público. Este espacio no solo permite a los visitantes observar de cerca el proceso de investigación y conservación de los fósiles, sino también interactuar y contribuir al mismo, rompiendo las barreras tradicionales entre la ciencia y la sociedad. Menos de dos años después de su descubrimiento, el laboratorio abrió sus puertas, ofreciendo una experiencia educativa única y dinámica que ha captado el interés de más de 5.000 visitantes.
Esta aproximación innovadora no solo ha acortado la brecha de estudio, permitiendo un avance más rápido en la investigación, sino que también ha integrado a la comunidad local y visitantes en el proceso científico. Además, ha ofrecido oportunidades de formación práctica a estudiantes de diversos niveles educativos. La experiencia del Laboratorio Paleontológico de Loarre demuestra el potencial de los proyectos de divulgación científica para involucrar al público, promover la educación y conservar el patrimonio natural, al tiempo que se evalúa la posibilidad de expandir este modelo a otros contextos paleontológicos.
Referencias:
Laboratorio Paleontológico de Loarre
Revista Naturalmente del MNCN
Loarre
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