Imagina que tu vida tuviera un largo periodo de desarrollo, en el que, una vez nacido, experimentaras un crecimiento lento, tan lento que tu cuerpo se desarrollara poco a poco durante una infancia que durase 70 años. Una vez completado este proceso, la pubertad pasaría en unos pocos días, antes de que emergieras con un cuerpo de adulto para vivir una vida corta y frenética, hasta que la muerte te sorprendiera. Durante esos meses de madurez, ni comerías ni beberías, consumiendo la energía almacenada durante tantos años de infancia en la búsqueda de una pareja con la que aparearte y reproducirte.

Dicho así, parece un cuento macabro. Sin embargo, en la naturaleza existen criaturas que llevan una vida semejante: los efemerópteros.

Félix Picazo, profesor en el Departamento de Ecología de la Universidad de Granada y nuestro invitado hoy en Hablando con Científicos, conoce muy bien la vida de los efemerópteros. Habla de ellos en un capítulo titulado “Lo bueno, si efímero, dos veces bueno,” incluido en el libro Artrópodos, coordinado por J. Manuel Vidal Cordero.

Félix explica que los efemerópteros son un orden de insectos acuáticos, comúnmente conocidos como efímeras, efémeras o cachipollas, cuya existencia ha fascinado a científicos y naturalistas por su ciclo de vida único y su importancia ecológica. El nombre “efemeróptero” proviene del griego: “ephemeros,” (de un día, de corta vida) + “pteron” (ala), palabra que expresa la brevedad de la fase adulta de estos insectos, junto con su capacidad para volar.

El ciclo de vida de estos animales comienza cuando las hembras depositan los huevos en el agua de ríos, lagos o estanques. Tras la eclosión, que puede tardar desde unos pocos días hasta varios meses, nace la ninfa, estado en el que el insecto pasa el 99% de su vida. Las ninfas permanecen todo ese tiempo bajo el agua, alimentándose de materia orgánica en descomposición, algas y otros pequeños organismos acuáticos. A medida que crecen, pasan por varias mudas, incrementando su tamaño. Su ciclo acaba cuando las ninfas emergen del agua como subimagos, una fase intermedia durante la cual permanecen inmóviles sobre la vegetación o las piedras de la orilla, hasta que emergen los imagos o adultos, despliegan sus alas y echan a volar.

Como dice Félix Picazo en su artículo, la fase adulta se describe con la frase “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver.”

Las emergencias de adultos ofrecen espectáculos impresionantes. Dado el escaso tiempo que tienen para reproducirse, emergen por millones y llenan el ambiente, formando una nube inmensa que, en algunos lugares, puede generar en los radares meteorológicos señales semejantes a las producidas por fuertes lluvias o nevadas. Un estudio publicado en 2020, basado en la detección mediante radares meteorológicos, registró en un tramo del río Misisipí una emergencia masiva que, según los cálculos, estaba compuesta por 88 mil millones de individuos del género Hexagenia. En menor medida, pero no menos espectacular, Félix comenta la emergencia captada por el fotógrafo José Antonio Martínez sobre el puente del Ebro en Tudela, una imagen que muestra la niebla de efímeras al ser iluminadas por los faros de los coches.

Los efemerópteros, además de estas emergencias espectaculares, proporcionan multitud de servicios a los ecosistemas: reciclan nutrientes, remueven el sedimento de ríos y lagos, filtran partículas orgánicas finas, sirven de alimento a muchas otras especies e, incluso, forman parte de la dieta de personas que viven en lugares donde las emergencias son tan numerosas que utilizan estos insectos como alimento. También son considerados bioindicadores, es decir, su presencia y abundancia en un cuerpo de agua puede indicar la calidad del agua. Por último, ciertas moléculas generadas por efemerópteros son utilizadas como fungicidas e, incluso, en el tratamiento de ciertos tumores.

Referencias:

Artrópodos

Emergencia masiva de efímeras en el puente del Ebro en Tudela.

Proyecto Ecomandanga de divulgación científica sobre ecología, biodiversidad y sostenibilidad