El conocimiento científico crece gracias a la labor de miles de personas que se esfuerzan, hasta el agotamiento, por encontrar respuestas a los enigmas que plantea la Naturaleza. En cada programa un científico conversa con Ángel Rodríguez Lozano y abre para nosotros las puertas de un campo del conocimiento.
Imagina que pudieras leer la historia de miles de años escrita no en libros ni en piedras, sino en el polvo bajo tus pies. Eso es, en parte, lo que hace Pere Gelabert, investigador del Departamento de Evolución y Antropología de la Universidad de Viena, quien ha liderado un estudio fascinante sobre el ADN antiguo conservado en los sedimentos de la cueva de El Mirón, en Cantabria. En este episodio de Hablando con Científicos, hablamos con él sobre los resultados de este trabajo que, mediante el análisis de ADN antiguo extraído directamente de los sedimentos —lo que se conoce como sedaDNA (sedimentary ancient DNA)—, ha permitido averiguar que por allí pasaron, hace decenas de miles de años, neandertales, humanos modernos y una larga lista de animales, entre los que figuran lobos, leopardos, hienas y cuones.
Hasta hace poco, para saber qué animales o humanos habían habitado un lugar en el pasado, los científicos dependían casi exclusivamente de los huesos o herramientas encontrados en las excavaciones. Pero este nuevo enfoque permite detectar incluso aquellos seres vivos que pasaron por allí sin dejar restos visibles. En palabras de Pere Gelabert, “el ADN antiguo en sedimentos abre una ventana completamente nueva al pasado”, porque permite descubrir especies que, aunque no dejaron restos óseos identificables, sí dejaron su huella genética. Gracias a ello, hoy podemos detectar su existencia aunque no estén representadas en el registro fósil tradicional.
La cueva de El Mirón no es un yacimiento cualquiera. Se trata de uno de los sitios arqueológicos más importantes del Paleolítico europeo, con una secuencia estratigráfica que abarca desde hace más de 46.000 años hasta unos 4.000 años antes del presente. Fue ocupada primero por neandertales y, más tarde, por humanos anatómicamente modernos durante el Último Máximo Glacial, una época en la que gran parte de Europa estaba cubierta de hielo.
El equipo de Gelabert analizó un conjunto de muestras de sedimento tomadas del fondo de la cueva en distintos niveles arqueológicos. Y lo que encontraron es fascinante: fragmentos de ADN mitocondrial de 28 especies diferentes, incluyendo humanos, lobos, linces, zorros, leopardos, renos, cabras montesas, urogallos… Incluso hallaron ADN de hienas manchadas, lo que sugiere que esta especie pudo sobrevivir en la península ibérica mucho más tiempo del que se pensaba.
Uno de los aspectos más llamativos de esta investigación es la presencia simultánea de ADN humano y de grandes carnívoros en los mismos niveles arqueológicos. ¿Vivían juntos? ¿Se evitaban? ¿Competían?
La respuesta, como explica Gelabert en la entrevista, es más compleja. La cueva fue probablemente utilizada de forma alterna por humanos y animales. Durante ciertas épocas del año, los grupos humanos que cazaban en la zona podían ocuparla; en otras, los carnívoros se adueñaban del espacio, quizás aprovechando los restos que dejaban los humanos.
Por ejemplo, el ADN de leopardo aparece en varios niveles, aunque sus restos fósiles solo se habían encontrado en uno. Esto indica que los leopardos frecuentaban la cueva más de lo que pensábamos. Lo mismo ocurre con el cuón —un tipo de perro salvaje asiático, hoy extinto en Europa— y con los lobos, que probablemente competían por los mismos recursos.
Pero quizá uno de los hallazgos más importantes del estudio sea la recuperación de ADN humano del período Solutrense, hace unos 23.000 años. Aunque la cantidad de ADN era limitada, los análisis permitieron asignarlo a un linaje mitocondrial que también ha sido identificado en otros individuos del sur de España y del suroeste de Francia.
Esto sugiere que existió cierta continuidad genética en la península ibérica durante el Último Máximo Glacial, cuando gran parte del continente se volvió prácticamente inhabitable. En este contexto, regiones como la cornisa cantábrica actuaron como “refugios” para las poblaciones humanas, que conservaron sus linajes durante miles de años.
A lo largo de la entrevista, Pere Gelabert no oculta su entusiasmo por las posibilidades futuras del sedaDNA. Gracias a este enfoque, ahora sabemos que el registro arqueológico tradicional, basado solo en huesos y herramientas, puede estar dejando fuera muchas piezas del puzle. El ADN antiguo en sedimentos actúa como una especie de firma biológica de todos los seres que pasaron por un lugar, aunque no dejaran restos visibles.
Eso sí, también hay limitaciones. Una de las más importantes es que no siempre se puede saber de qué tipo de material proviene el ADN: puede tratarse de un pelo, una gota de orina, un excremento, una célula de la piel… Esto dificulta interpretar exactamente cómo y cuándo estuvo presente cada especie. Por eso, como apunta Gelabert, el siguiente paso será mejorar nuestra capacidad para identificar el origen del ADN y combinarlo con otras técnicas, como la paleoproteómica (el estudio de proteínas antiguas).
Más allá de los datos científicos, esta entrevista nos recuerda algo esencial: que los grandes avances a menudo vienen de mirar de otra manera lo que ya tenemos delante. Sedimentos que durante décadas parecían solo “tierra sin interés” están resultando ser auténticos archivos del pasado.
Te animamos a escuchar a Pere Gelabert, profesor asistente de Paleogenómica en el Departamento de Antropología Evolutiva de la Universidad de Viena (Austria).
Referencias:
Gelabert, P., Oberreiter, V., Straus, LG et al. Una perspectiva del ADN sedimentario antiguo sobre la persistencia humana y de carnívoros durante el Pleistoceno Tardío en la cueva de El Mirón, España Nat Commun 16 , 107 (2025).
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