Seis patas tiene la vida les ofrece hoy dos historias que tienen a los insectos como protagonistas.
El Titanus Giganteus es un cerambícido cuyo tamaño puede superar los 15 centímetros de largo armado con potentes mandíbulas, capaces de cortar limpiamente un lápiz, o un dedo. Es el primero de “los cinco grandes” de la familia cerambicidae ( escarabajos de largas antenas) que nos irá presentando el entomólogo José Rafael Esteban Durán a lo largo de varios programas.
Antes de comenzar la historia Titanus, les ofrecemos un reportaje sobre las sofisticadas técnicas de vuelo de los insectos con alas.
Aviadores de seis patas.
A medida que cualquier animal volador, sea mosca, ave o piloto humano, avanza por el aire, el suelo bajo él se desplaza hacia atrás, creando una especie de flujo visual, como si un río de objetos fuera fluyendo en dirección opuesta. Es una sensación fácil de comprobar al conducir un coche por una carretera. A medida que el coche avanza, parece que los árboles, las señales de tráfico y los objetos cercanos, se mueven en dirección contraria. La sensación de velocidad aumenta cuanto más cercanos están esos objetos, al entrar en un túnel, las paredes parecen desplazarse hacia atrás a una velocidad vertiginosa, en cambio, al salir del túnel, sin cambiar de velocidad, el paisaje se mueve más lentamente y aquellos objetos que están muy alejados, las montañas por ejemplo, apenas se mueven.
Lo mismo sucede si, en lugar de conducir un coche, pilotamos un avión. Para el piloto, son los objetos del suelo, bajo la aeronave, los que se van moviendo hacia atrás. Si hacemos un vuelo rasante, el suelo está tan cerca que los objetos fluyen bajo el aparato a toda velocidad, en cambio, si elevamos el vuelo, aunque la velocidad del aparato sea la misma, los objetos del suelo parecen moverse más despacio. Así pues, en la sensación de seguridad influyen dos factores fundamentales: la velocidad y la altitud.
¿Y qué mide una abeja o cualquier otro insecto en vuelo? Pues no miden ni la altitud ni la velocidad sino ¡ambas cosas a la vez! Lo hace de la siguiente manera: vuelan de tal forma que la velocidad aparente del flujo de los objetos que se mueven bajo ellos permanezca constante.
Veamos como funciona: Imaginen a una abeja que vuela a una altura determinada sobre el suelo, pongamos, a un metro de altura. El suelo bajo ella se desplaza hacia atrás a una velocidad aparente para la abeja. En un momento dado la abeja baja medio metro y mantiene su velocidad, el suelo, como está más cerca, parece moverse más rápido. ¿Qué hace la abeja entonces?, muy simple: disminuye su velocidad para que el suelo vuelva a moverse hacia atrás a la misma velocidad aparente que antes. Cuando se posan, el suelo se para y ellos también. Nadie ha visto rodar a una abeja sobre la pista de aterrizaje, verdad? Si en lugar de descender, la abeja eleva su altura de vuelo, el efecto es el contrario y el animal acelera.
Después de estudiar las sorprendentes lecciones de vuelo que nos dan los insectos, los humanos están tomando nota. Unos investigadores del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia (CNRS) han diseñado un mini-helicóptero robótico que utiliza un dispositivo que funciona como las neuronas que controlan el vuelo de los insectos. El aparatito responde estupendamente, aterriza, se eleva y evita los obstáculos, siguiendo los consejos de sus sabios maestros: los insectos voladores.
REFERENCIAS:
A Bio-Inspired Flying Robot Sheds Light on Insect Piloting Abilities
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