Buscando "Evolución"
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Aunque parezca mentira, uno de los misterios de la Biología aún no completamente elucidado es para qué sirve el sexo. Y es que el sexo, en tanto que mecanismo reproductivo, es bastante ineficaz, a pesar de lo divertido que, en general, resulta. El sexo permite generar descendencia solo a la mitad de la población. En el caso humano, solo las mujeres pueden dar a luz, lo que deja a los hombres como meros depósitos de material genético para uso de estas en la importantísima tarea del mantenimiento de la especie. Más eficaz sería si todos, machos o hembras, hombres o mujeres, pudiéramos generar descendencia de manera independiente, sin tener que mezclar nuestras células y genes con otro individuo. Los biólogos no dudan hoy es que si la reproducción sexual ha sido seleccionada durante miles de millones de años de evolución es porque este modo de reproducirse es el que permite la adaptación al entorno y la supervivencia de las especies. Muy bien, pero ¿por qué? Una nueva investigación aporta algo de luz al misterio.
Imaginemos que cuando vamos al médico para que nos explique el resultado de nuestros análisis, la doctora, con una sonrisa de alivio, nos informa de que hemos tenido mucha suerte. Sólo sufrimos un cáncer de riñón con metástasis generalizadas por todo el cuerpo. Una enfermedad sin importancia de la que nos repondremos en unas pocas semanas tras ser vacunados según un procedimiento inmunoterapéutico personalizado. ¿Medicina-ficción? ¿Será posible que podamos curarnos en unas semanas de una enfermedad que mataría a cualquiera precisamente en ese tiempo? Hace veinte años ya se hablaba de una terapia así ¿Qué ha pasado desde entonces? Jorge Laborda lo cuenta en este capítulo de Quilo de Ciencia.
Las defensas del sistema inmunitario luchan siempre “en casa”. Luchar contra un invasor de tu domicilio sin que este resulte dañado en exceso requiere unas estrategias de combate que no son las mismas que luchar contra ese enemigo en campo abierto. El sistema inmunitario, a lo largo de la evolución, ha tenido que aprender a defendernos del continuo ataque de microorganismos y parásitos, y ha debido hacerlo utilizando las armas más exquisitas, pero menos poderosas posibles, es decir, aquellas que atacan al enemigo donde esté sin dañar por ello, o dañando lo menos posible, otros lugares del organismo en los que no se encuentre. En otras palabras, los sistemas inmunitarios que han conseguido una defensa eficaz con menor nivel de daño colateral son los que han sido seleccionados a lo largo de la evolución.
Estamos familiarizados con el hecho de que orugas y mariposas provienen de especies de los mismos insectos en diferentes etapas de sus ciclos vitales. Igualmente, las reinas de abejas y hormigas, las únicas capaces de poner huevos y reproducirse, poseen el mismo genoma que las obreras, que no pueden hacerlo. La manera en que reinas y obreras seleccionan los genes que las hacen posibles es mediante la puesta en marcha o detención del funcionamiento de determinados de ellos que les capacitan para realizar las funciones que les son propias. En condiciones normales esta selección es irreversible pero existen algunas especies de avispas sociales que cuentan con obreras que pueden convertirse en reinas incluso cuando son adultas. Éste era un misterio que un nutridísimo grupo de investigadores de varios países europeos, incluido España, consideraron que merecía la pena investigar.
En mi humilde opinión, la mayor contribución de Emmanuel Kant, uno de los filósofos más importantes de la historia, fue su descubrimiento de que no llegamos al mundo completamente ignorantes, sino con un conocimiento innato. Nacemos con los conceptos de espacio, de tiempo y con otros relacionados con cómo está formado el mundo; no tenemos que aprenderlos. Este conocimiento se ha ido adquiriendo durante la evolución de nuestra especie y de alguna manera se ha codificado en los genes que luego construyen nuestro cerebro. Esta idea de Kant, posibilitada por su razón pura, ha sido confirmada hoy por métodos científicos.
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