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La Luna nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida. Su deambular alrededor del planeta no solamente se manifiesta en las mareas, también influye en las actividades de los seres vivos. En las comunidades humanas rurales, alejadas del exceso de luz artificial que gobierna las ciudades, los cambios de luminosidad de la Luna en cada ciclo ejercen una influencia más notable, aunque, según un estudio publicado recientemente en Science Advances, firmado por los investigadores de la Universidad de Washington, Leandro Casiraghi y Horacio de la Iglesia, nuestros invitados en Hablando con Científicos, nadie está exento de su influjo, ni siquiera los habitantes de las grandes ciudades.
El 19 de marzo de 2011 una Luna Llena de gran tamaño iluminará el cielo nocturno. El fenómeno es muy interesante y le invitamos a observarlo, lo que ya no le aconsejamos es que hagan caso de ciertos agoreros que, como siempre, asocian cualquier acontecimiento astronómico con el anuncio de catástrofes en la Tierra.
El pasado 21 de julio se celebraba el quincuagésimo aniversario de la llegada del primer ser humano a la Luna. Esto ha espoleado viejos debates. Uno de esos debates trata de si las primeras huellas dejadas por los pasos efectuados sobre la superficie de la Luna siguen allí o no, y si siguen, cuánto tiempo tardarán en borrarse. Como para todos los debates, tenemos dos posturas muy polarizadas: 1. Las huellas siguen estando ahí; 2. Las huellas han sido borradas. Los que mantienen que las huellas han sido borradas argumentan que en el momento del despegue del módulo lunar, los gases expulsados por los motores incidirían sobre el suelo y borrarían lo que hubiera decenas de metros alrededor. Los defensores de que las huellas siguen estando ahí argumentan que la Luna carece de atmósfera y, por tanto, los gases de los tubos de escape del motor del módulo lunar no causaron viento alguno que pudiera borrar nada. También hay otras razones que hoy contamos aquí.
Un grupo de investigadores del Hospital General de Massachusetts, en EE.UU., se propusieron estudiar si, al menos en algunos casos, la exposición al sol no podría causar adicción. A favor de esta hipótesis se encontraba el hecho de que algunas personas, en efecto, acuden con frecuencia a establecimientos bronceadores para recibir generosas dosis de rayos UV y, aquí viene lo curioso, son capaces de detectar si les engañan, es decir, si solo les iluminan con luz visible, dejando la UV apagada. Este tipo de conducta es también propio de las adicciones a determinadas sustancias. Los resultados de la investigación demostraron que, efectivamente, la exposición al sol resulta adictiva.
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