Buscando "Evolución"
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Hace algo más de dos décadas se barajaba como posibles explicaciones al hecho incontestable de que los seres humanos carecemos de pelo corporal, excepto en ciertas partes estratégicas de nuestro organismo, como los genitales o los sobacos. Abordaba entonces un tema que me ha preocupado y fascinado toda mi vida: ¿por qué somos de este modo y no de otro? ¿Cuál es la razón de ser de nuestro ser? Por supuesto, como ningún ser humano informado y educado en ciencia puede ya dudar, si está en su sano juicio, las razones deben encontrarse en nuestra historia evolutiva y en lo que pudo suceder en el pasado para encontrarnos en un presente tan pelado como el que vivimos hoy. Veamos lo que contaba hace cuatro lustros y veamos luego si alguna de las hipótesis que se barajaban para explicar la ausencia de pelo corporal ha podido ser confirmada o refutada.
Diferentes países y culturas muestran diferencias notables en la manera con que los padres y madres intentan educar a sus hijos. Este hecho ha sido abordado por un extenso estudio dirigido por los profesores de economía Mathias Doepke, de la Universidad Northwestern, en Chicago, y Fabrizio Zilibotti, de la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut, USA. La conclusión a la que llegan estos dos investigadores en sociología y economía es que el principal factor que afecta al estilo educativo de los padres en diferentes países, o en el mismo país a lo largo del tiempo, no es la cultura, es la desigualdad económica.
Hace 542 millones de años comenzó el periodo Cámbrico. El Cámbrico es el primer periodo de la era Paleozoica, a su vez primera era del eón Fanerozoico. Fanerozoico significa “animales visibles”, porque, cuando se definieron los periodos geológicos, los fósiles sólo se encontraban en los estratos correspondientes a ese eón. No había fósiles más antiguos. Esto ya no es así, como hoy les contamos en este capítulo de Zoo de Fósiles, pero aún hoy, casi todos los grandes grupos de animales aparecen en el registro fósil en los primeros veinte millones de años del periodo Cámbrico; es lo que se llama la explosión cámbrica.
Cocinar los alimentos aumenta en gran medida su valor calórico, porque facilita de manera muy importante la digestibilidad, tanto de los hidratos de carbono como de las proteínas. Gracias al efecto que el cocinado de los alimentos ejerce sobre su valor nutritivo aprovechable, nuestra especie evolucionó. El tamaño de las mandíbulas, intestino y el estómago se redujo pero, al ser más nutritivos los alimentos, podían obtener energía suficiente para alimentar un cerebro más grande. El cambio de dieta afectó también a las poblaciones de bacterias de nuestro intestino. Ahora, un grupo de investigadores ha investigado cómo afecta una dieta cruda y cocinada a la flora bacteriana de ratones de laboratorio y ha descubierto que los genes activados fueron muy diferentes. Entre ellos se encontraban genes que luchan contra los antibióticos, en particular contra los producidos de forma natural por las plantas para protegerse de las bacterias, que son inactivados por el calor y que ya no se encuentran, por ello, activos en los alimentos cocinados.
Llevamos ya más de nueve meses desde el inicio de la pandemia de COVID-19 y a pesar de que se han publicado más de 31.000 artículos de investigación científica sobre la enfermedad y el virus que la causa, el SARS-CoV-2, todavía quedan muchas incógnitas por resolver. Una de esas incógnitas sigue siendo el origen del virus SARS-CoV-2. Los estudios realizados hasta ahora indican que este es idéntico en más de un 96% a un virus de murciélago, llamado RaTG13. Aún así, casi 4% de diferencia en el genoma entre RaTG13 y SARS-CoV-2 es importante. Otro de los asuntos de importancia crítica que todavía sigue siendo objeto de cierto debate es el modo de transmisión del SARS-CoV-2. Al inicio de la pandemia, se pensaba que el nuevo coronavirus se transmitía por contacto de superficies contaminadas con las manos. Sin embargo, los estudios posteriores revelaron que este también se puede contagiar por inhalación de aerosoles. Humanos y murciélagos tenemos muchas cosas en común, somos animales gregarios, vivimos en cuevas y no reunimos para hablar, toser y estornudar.
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