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Son de triste recuerdo, por su terribles consecuencias para la población, los terremotos de Haití (2021), Guatemala (1976), Nicaragua (1972), México(2017) o El Salvador y muchos otros. La región tiene un entramado tan complejo de encuentros entre placas tectónicas y fallas activas que, si se tuvieran en cuenta los movimientos sísmicos de menor magnitud, podemos asegurar que los temblores son un hecho cotidiano para los habitantes de la región. Para los estudiosos de estos fenómenos naturales, le tectónica activa de la región centroamericana constituye un laboratorio natural único para la sismología y los cálculos de la peligrosidad asociada a ella. Nuestra invitada en Hablando con Científicos, María Belén Benito, Catedrática e investigadora de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) tiene una larga experiencia en el estudio de la sismología, peligrosidad y riesgo sísmicos en España, Latinoamérica y Caribe. En la actualidad participa en el proyecto KUK AHPÁN que estudia la estructura y evolución en 4D de la litosfera en América Central y sus implicaciones en el cálculo de la amenaza y riesgo sísmico.
En el año 2000 se dio la noticia de la secuenciación del genoma humano ¿Todo? ¡No! Zonas del genoma pobladas por secuencias de letras rebeldes y obcecadas en repetirse múltiples veces resisten todavía al secuenciador. Tras duras batallas en las dos últimas décadas, todas esas zonas resistentes del genoma han sido finalmente vencidas y han librado la información de su secuencia de letras. Entre las más resistentes se encontraban amplias zonas del cromosoma Y, ese que solo poseen los hombres y que es responsable, entre otras cosas, del desarrollo de los órganos genitales masculinos y de la producción de espermatozoides. Vamos, de la perpetuación de la especie. Gracias a numerosos avances en la tecnología de secuenciación del ADN y también en el análisis y manipulación de ingentes cantidades de datos genómicos, un numeroso consorcio de investigadores y técnicos de laboratorio ha conseguido, por fin, la secuencia completa del cromosoma Y, que han publicado en la revista Nature.
Existen lugares en la Tierra que, por sus extremas condiciones, ponen límites a la existencia de cualquier forma de vida. Uno de esos lugares se conoce como Termas de Dallol, situado en la región volcánica de DanaKil, en Etiopía. Otro lugar emblemático se encuentra en Chile, en El Tatio, a más de 4000 metros de altitud, donde surge un buen número de manantiales de agua hirviente, geiseres y emanaciones de vapor de agua. En algunos de esos lugares se forman lagunas de aguas muy calientes y extremadamente ácidas, unas condiciones que son letales para la mayoría de los seres vivos, aunque existe la sospecha de que algunos microorganismos podrían soportarlas. Científicos como el uruguayo Daniel Carrizo, investigador en el Departamento de Planetología y Habitabilidad del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) estudian los límites de la vida en esos ambientes extremos y lo hace con una mirada puesta mucho más allá, en Marte, donde, puede que, hace muchos millones de años, la vida surgiera en ambientes muy parecidos a estos.
La liberación de gases de efecto invernadero, especialmente CO2 desprendido con la quema de combustibles fósiles, está teniendo ya consecuencias climáticas que amenazan con ser más persistentes y dañinas en un futuro inmediato. Poner coto a esa liberación sería la solución ideal, cosa que está lejos de suceder, pero, aunque eso se consiguiera, es tal la cantidad de dióxido de carbono liberado hasta ahora, que sus efectos nocivos continuarían durante largo tiempo. No existen soluciones mágicas, por supuesto, pero sí se están desarrollando estrategias que, sumadas, podrían mitigar el problema. Una solución interesante consiste en capturar el dióxido de carbono presente en los gases emitidos por determinadas industrias, como centrales térmicas de carbón o gas, cementeras, refinerías o siderurgias y almacenarlo en capas profundas de la Tierra, donde pueda permanecer durante miles o millones de años. En el almacenamiento geológico del carbono investiga nuestro invitado, Víctor Vilarrasa, científico titular del CSIC en el El Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA).
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