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Hace entre 30 y 7 millones de años, vivían en las costas del Pacífico norte, unos enigmáticos mamíferos acuáticos llamados desmostilios. Los primeros restos fósiles de desmostilios, unos dientes y vértebras descubiertos en depósitos marinos del condado de Alameda, en California, fueron descritos por el paleontólogo estadounidense Othniel Charles Marsh en 1888. Los desmostilios son grandes cuadrúpedos anfibios con las patas gruesas y la cola corta. Alcanzan más de dos metros de longitud y doscientos kilos de peso.
Hace casi dos siglos, en 1821, los paleontólogos ingleses Henry de la Beche y William Conybeare publicaron la primera descripción sistemática de los ictiosaurios, a los que identificaron como reptiles marinos. Desde entonces, la posición de estos reptiles semejantes a tiburones o delfines en el árbol evolutivo ha sido muy discutida. El 5 de noviembre de 2014, un equipo de paleontólogos de China, Estados Unidos e Italia publicó la descripción de una nueva especie de reptil del triásico inferior que parece ocupar un el hueco que faltaba en la cadena evolutiva de los ictiosaurios, el Cartorhynchus lenticarpus, cuyo nombre significa “hocico corto y muñeca flexible”.
Este año 2020 se ha publicado la descripción científica de Kongonaphon, descubierto en 1998 en la formación Isalo II, en el sudoeste de Madagascar. Kongonaphon vivió a mediados del Triásico, hace unos 230 o 240 millones de años. Su nombre, una mezcla de malgache y griego, significa “asesino de bichos“y fon, variante del griego antiguo foneós, “asesino”. Kongonaphon se caracteriza por sus patas largas y delgadas, y se calcula que su altura total no pasaba de diez centímetros. La mandíbula es ancha y alta, semejante a la de los primeros pterosaurios. Los pocos dientes conservados son cónicos y lisos, con hendiduras irregulares, lo que sugiere que era insectívoro. En Isalo II también se han descubierto los restos fósiles de Azendohsaurus, un reptil arcosauromorfo herbívoro de dos o tres metros de longitud. Azendohsaurus debió de ser uno de los primeros animales grandes que se alimentaba de hojas y otro material blando de las copas de los árboles.
Un superordenador, o supercomputador, es una máquina de cálculo capaz de realizar, en el mejor de los casos, decenas de miles de billones de operaciones por segundo. Tan extraordinaria capacidad permite afrontar un buen número de tareas relacionadas con distintas parcelas del conocimiento, como la predicción del tiempo atmosférico, la evolución del clima, la física de partículas, la criptografía o la astrofísica. Según la lista de los Top 500, en la que se encuentran los 500 computadores más rápidos del mundo, el primer lugar lo ocupa Sunway TaihuLight, que se encuentra en el Centro Nacional de Supercomputación de China y contiene nada menos que 10.649.600 microprocesadores. Lógicamente no basta con reunir muchos procesadores para realizar una tarea con éxito, el reto es hacerlos funcionar de forma coordinada, mediante redes de interconexión, campo en el que investiga Francisco Quiles Flor, Catedrático de la UCLM.
Si antaño el dolor era considerado un castigo a la desobediencia humana frente a Dios, hoy, gracias a la ciencia, sabemos que el dolor es resultado de mecanismos fisiológicos muy conservados a lo largo de la evolución de las especies. La capacidad de sentir dolor parece ser tan importante para la supervivencia de todos los animales que es muy improbable que algunos hayan conseguido ventajas evolutivas no sintiéndolo. Sin embargo, esto podría ser posible en condiciones extremas en las que la incapacidad de sentir determinado dolor resulte en una ventaja para la supervivencia. ¿Es esto posible?
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