Buscando "Evolución"
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¿Cuándo comenzó la vida sobre la Tierra? La respuesta a esta pregunta, mucho más sencilla que la de cómo comenzó la vida, es sin embargo aún desconocida. No obstante, sí conocemos que la vida no pudo surgir antes de que los procesos fundamentales para la síntesis de las moléculas que la componen se iniciaran sobre la faz del planeta. Uno de estos procesos, tal vez el más importante, es la fijación del nitrógeno. Los estudios realizados hasta hoy sugerían que la capacidad de fijación del nitrógeno surgió hace unos 2.000 millones de años, cerca de 1.500 millones de años después de que la vida apareciera sobre la Tierra. Esto implicaba un largo periodo de “crisis del nitrógeno”, durante el cual la evolución de la vida dependió de procesos químicos que los seres vivos no podían controlar ni estimular en modo alguno.
Hace más de 150 años, el renombrado fisiólogo francés Claude Bernard postuló que al igual que existen genes de hormonas que, como la insulina, funcionan para incorporar los nutrientes a las células, deberían existir también genes de hormonas para limitar esta incorporación, de manera que en situaciones de hambruna se pudieran repartir los escasos nutrientes entre todas las células del cuerpo, evitando que algunas los acapararan todos, lo que conduciría a la muerte del organismo. Ahora, investigadores de la universidad de Stanford han encontrado en moscas un gen que produce una proteína a la que han dado el nombre de limostatina, en honor a Limos, el espíritu griego del hambre. También han encontrado un equivalente en el genoma humano.
Desde tiempos inmemoriales la humanidad utiliza el intercambio o trueque para compartir sus productos, una tradición que, curiosamente, tiene contrapartidas, con tintes novedosos, en la sociedad desarrollada actual. La fórmula es muy simple: una persona ofrece un servicio a otra y ésta lo puede devolver utilizando el tiempo como moneda de cambio. Así, sin intercambios monetarios de por medio, es como surge la idea de un banco singular: el Banco de Tiempo. Nuestra invitada, Carmen Valor, profesora de la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid, habla de los resultados de una investigación sobre la estructura, gestión de los Bancos de Tiempo, así como de los fines para los que son creados y las peculiaridades de las personas que participan en ellos.
Hace ya doce años empezamos este programa de Zoo de fósiles hablando de Acanthostega, el pez de ocho dedos. Acanthostega, que vivió hace unos 365 millones de años, está cerca del antepasado de todos los vertebrados terrestres, aunque él mismo era un animal acuático, sus patas eran incapaces de sostenerlo fuera del agua. Esto no quiere decir que no hubiera otros vertebrados terrestres en esa época, o incluso antes; seguramente Acanthostega descendía de un linaje de especies terrestres que volvieron prematuramente al agua. Nuestro protagonista de hoy, Tiktaalik, era capaz de arrastrarse por tierra firme como una foca, y es más antiguo que Acanthostega: Vivió en lo que hoy es la isla de Ellesmere hace unos 375 millones de años, a finales del Devónico.
Así como los animales utilizan su mayor o menor inteligencia, dependiente del funcionamiento de sus sistemas nerviosos, para evaluar las condiciones del entorno y responder frente a ellas, la evidencia científica acumulada recientemente indica que las plantas cuentan también con su propia inteligencia, una inteligencia que no está basada en el funcionamiento del sistema nervioso, sino que funciona de otro modo. No obstante, las plantas pueden aprender, pueden comunicarse con otras, pueden memorizar y pueden tomar decisiones en respuesta a determinados estímulos. A lo largo de su evolución han ido acumulando genes y mecanismos moleculares que pueden poner en marcha o apagar cuando es necesario para adaptarse a los avatares del entorno, a pesar de que no pueden echar a correr para salvarse, o a lo mejor, precisamente por esa razón.
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